Duermo abrazada a ti, la miel de la que nacen tus labios endulza mis manos al tocarlos.
Un pensamiento
andante deambula en la noche. Despierto en medio de la nieve. Como cada mañana,
llevo mis manos hacia mis ojos. Camino vagamente, sin prisa alguna, intentando
que nadie se percate de mi presencia. ¿Cuántos cimientos he de pisar sin rozar
la muerte? Una gran cadena de hierro rodea mi muñeca. Coches, personas,
animales, todo esta petrificado. Me doy cuenta de que esos ojos no son de
personas, sino de algún tipo de animal. Las almas en pena aúllan, los ángeles
vuelan libres. La voz de Charles Mc Donald con su canción: “You are my
sunshine” me reconforta.
Cada minuto es
seguido de un nuevo minuto. Cada bocanada de aire es seguida de una nueva
bocanada de aire. Se repite el baile de las estrellas en el cosmos. Las letras
que conforman el texto, entretejido con algunas de vuestras palabras, juegan entre sí un juego infinito con infinitas
resonancias.
Al otro lado, las voces lejanas y sus ecos, y nuestras voces y sus ecos, entrelazadas por el difuso y cambiante sentido de todo lo que existe y de su reflejo.
Hasta siempre.