LA SONRISA DEL ASESINO


   Venía hacia casa ayer cuando me encontré con un anuncio del tamaño de una casa que decía algo así como: “Furia de Titanes” Siente la ira.

  Supuse que se trataba del anuncio de alguna de esas películas o juegos de efectos especiales espectaculares en los que, lisa y llanamente, el objetivo es exaltar la violencia.

  Es curioso. El mensaje que mandamos a nuestros hijos e hijas es un tanto contradictorio:

  Por una parte se les dice que la violencia está mal y que  pueden ver que las sociedades más avanzadas son siempre las que han conseguido mantener a raya la violencia y criar personas menos agresivas y más igualitarios y responsables.

  Por otra parte, se vende estupidez, inconsciencia y  violencia virtual a paladas. La explosión debe ser más fuerte, el cuerpo debe quedar más mutilado, el grito debe ser más intenso, la gamberrada más brutal, la violación más repugnante, la venganza más extrema, el odio, más atronador.

  En nuestra última clase antes de las vacaciones hablamos del Frankenstein de Mary Shelley. Os leí  el relato en boca del monstruo, la explicación a su creador de la historia de su corta vida; una vida plagada de soledad, marginación, desprecio, incomprensión. Una vida que le arrastra al vil asesinato, de un niño indefenso. De todo ello culpa al padre-creador que le ha dado vida, para luego rechazarle.

 La novela es una genialidad absoluta y no está escrita para cualquiera. No es un texto destinado al entretenimiento sin más. Resulta un poco vergonzoso pensar que el monstruo, se haya convertido en un juguete intrascendente en manos de la cultura de masas.

  Pero, volviendo a la actualidad, estos días la noticia más sonada era la del joven asesino que se dedicó a sembrar el terror a lomos de su moto, como el clásico villano de los comics. Al parecer pertenecía a una organización terrorista islamista. Para mí eso es lo de menos; se llame Mohamed, William o Francisco, el odio es el mismo.

  Pero lo que más me asusta no es el asesinato, sino la sonrisa del asesino. La sonrisa del que disfruta experimentando el poder que da el herir a la otra persona o incluso matarla. Esa sonrisa que he visto ya repetirse en muchos criminales y con la que desafían a sus víctimas.

   Frankenstein se escribió para que la gente pensara en los sentimientos del criminal, en su angustia, su miedo, su marginación. Pero Frankenstein no sonreía.   Si la violencia es una forma de entretenimiento. Si  el justiciero, el renegado, el terrorista, el mafioso, el pirata, el bandolero, el violador, el asesino, el psicópata en todas sus formas, sigue siendo  exaltados por el cine y la literatura de mil maneras diferentes, nuestra sociedad seguirá construyendo sus Frankenstein de verdad, pieza a pieza. Y lo peor será que a diferencia del monstruo de Mary Shelley, estos se divertirán con lo que hacen.